Traemos hoy, por entrañable, este artículo que hemos encontrado recomendado en twitter
Otras voces, otros ámbitos
MUNDOS paralelos. Como carreteras secundarias por las que transitamos en un mapa desconocido. Pasillos de luces frías y extraños en zapatillas que acaban pareciéndonos uno de los nuestros.
Almas gemelas en un proceso de dolor al que acabas acostumbrándote.
Un hospital es un mundo aparte. Con sus horarios, sus rutinas, sus sueños y sus prioridades. Fuera, la vida continúa.
Otra vida, la de siempre, la de antes. La que presiona, corre, pita, grita y llega casi siempre tarde a una cita que se plantea como lo más importante de este mundo, pero que en realidad, no lo es. No lo es, porque lo más importante está aquí, entre estas cuatro paredes en las que luchas por sobrevivir.
El punto de vista ha cambiado.
Vuelves a escuchar voces que hablan de ti, y vuelves a depender de quienes te independizaste algún día. Los demás. Y el amor de quien te quiere retener aquí, te reconforta. Una mano en la frente, pasar el tiempo o compartir lo más pequeño. El silencio, el placer absoluto cuando cede el dolor, la luz del sol por la ventana, o la compañía.
Un hospital es como una comunidad de vecinos, un mapa de afectos en el que acabas moviéndote con soltura.
La enfermera de la mañana, con su voz, que te calma a pesar de todo, o el camarero de la barra, que ya sabe que a tu hija le gusta el café con leche corto de café, y muy caliente. En vaso.
La poca ilusión se centra en las comidas, con más o menos sal, que marcan el ritmo de los días. Y el miedo a dormir. A no conseguir conciliar la calma que te saca de allí, y te deja volar por cualquier sueño. Porque la pesadilla es eso. Despertarte. Despertarte y ver que era verdad. Y que el horizonte se pinta en la enfermera, en el médico, en los calmantes, en el sol que entra por la ventana, en la comida, con más o menos sal, y en ellos, que vienen a verte de vez en cuando.
Cada visita trae el frío de fuera hasta tu cama, y te lo deja pegado a la mejilla, con cada beso. El frío y sus problemas, porque cada uno viene contando esas prisas, que hoy no son tuyas. Como si tú jamás hubieras corrido para llegar a ningún lado.
Los recuerdos son vagos. Y el tiempo es otro. Como tú. Que ya no te pareces en nada a ninguno de los que fuiste.
Quizá a aquél que jugaba al balón y merendaba leche con galletas, al que llevaba pantalón corto y calcetines, al que soñó con llegar hasta el final, y casi lo ha conseguido.
@cayetanagc
Almas gemelas en un proceso de dolor al que acabas acostumbrándote.
Un hospital es un mundo aparte. Con sus horarios, sus rutinas, sus sueños y sus prioridades. Fuera, la vida continúa.
Otra vida, la de siempre, la de antes. La que presiona, corre, pita, grita y llega casi siempre tarde a una cita que se plantea como lo más importante de este mundo, pero que en realidad, no lo es. No lo es, porque lo más importante está aquí, entre estas cuatro paredes en las que luchas por sobrevivir.
El punto de vista ha cambiado.
Vuelves a escuchar voces que hablan de ti, y vuelves a depender de quienes te independizaste algún día. Los demás. Y el amor de quien te quiere retener aquí, te reconforta. Una mano en la frente, pasar el tiempo o compartir lo más pequeño. El silencio, el placer absoluto cuando cede el dolor, la luz del sol por la ventana, o la compañía.
Un hospital es como una comunidad de vecinos, un mapa de afectos en el que acabas moviéndote con soltura.
La enfermera de la mañana, con su voz, que te calma a pesar de todo, o el camarero de la barra, que ya sabe que a tu hija le gusta el café con leche corto de café, y muy caliente. En vaso.
La poca ilusión se centra en las comidas, con más o menos sal, que marcan el ritmo de los días. Y el miedo a dormir. A no conseguir conciliar la calma que te saca de allí, y te deja volar por cualquier sueño. Porque la pesadilla es eso. Despertarte. Despertarte y ver que era verdad. Y que el horizonte se pinta en la enfermera, en el médico, en los calmantes, en el sol que entra por la ventana, en la comida, con más o menos sal, y en ellos, que vienen a verte de vez en cuando.
Cada visita trae el frío de fuera hasta tu cama, y te lo deja pegado a la mejilla, con cada beso. El frío y sus problemas, porque cada uno viene contando esas prisas, que hoy no son tuyas. Como si tú jamás hubieras corrido para llegar a ningún lado.
Los recuerdos son vagos. Y el tiempo es otro. Como tú. Que ya no te pareces en nada a ninguno de los que fuiste.
Quizá a aquél que jugaba al balón y merendaba leche con galletas, al que llevaba pantalón corto y calcetines, al que soñó con llegar hasta el final, y casi lo ha conseguido.
@cayetanagc
Un relato que nos debería hacer reflexionar, me ha conmovido y angustiado.
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